De la colección inédita Memorias de una Espírita
Clara Román-Odio, Ph.D.
Catedrática Emérita de Lenguas Modernas y Literatura
Kenyon College
Cuando nació mi Tristeza, le prodigué mil cuidados, y la vigilé con amorosa ternura. Y mi Tristeza creció como todos los seres vivientes, fuerte y hermosa y llena de maravillosas gracias. Y mi tristeza y yo nos amábamos, y amábamos al mundo que nos rodeaba.
“Cuando nació mi tristeza” El loco (1918)
– Gibrán Khalil Gibrán
Maestro de la palabra y del espíritu, Gibrán Khalil Gibrán captura, con suma delicadeza,
cómo alimentamos y hacemos crecer nuestras emociones. La Tristeza, en este caso, como una hermosa compañera, lo enamora y le enseña a amar el mundo. No obstante, por experiencia sabemos que la tristeza, cultivada con empeño, es una emoción que nos daña. Por eso leo este pasaje, como el reverso de lo que dice: como una analogía que revela lo que nos ocurre con nuestros apegos emocionales, muchas veces nocivos y errados, porque son simplemente eso: apegos, hijos de nuestro egoísmo y malos hábitos.
Sin embargo, la tristeza, como la alegría, la esperanza y la desesperación, son emociones
que a todos nos atraviesan. Por eso, qué hacer con las emociones es una lección valiosa de
aprender. Lo comprendo mejor que nunca ahora, después de la caída, el 25 de agosto de 2022, cuando pasé meses encamada, o de la cama, a la silla de ruedas, al balcón, a la cama. Lo entiendo mejor porque, así como viví momentos de gracia y enorme consuelo durante esa temporada, también sufrí de tristeza, por no decir profundo desconsuelo.
¿Tristeza de qué? De pasar meses sin poder valerme por mí misma. Desesperanza por no
poder anticipar cuándo volvería a caminar. Pena de dejar ir los paseos en bici; de no poder
abrazar con rapidez y de cuerpo entero a mi esposo y a mis hijas; de no viajar para ver y alegrar a mi madre de 88 años; tristeza de esperar sin saber más. Pero en uno de esos días difíciles, cuando la tristeza me conquistó, tuve un sueño fortificante que me levantó.
Soñé que estaba en mis pijamas de pantalones y pequeñas flores rosadas. Sonreía con
alegría y caminaba con absoluta soltura. Cuando desperté, estaba en la cama con las mismas
pijamas de pequeñas flores rosadas, pero inmóvil. La pierna me pesaba un quintal y me dolía con una intensidad enorme. La moví con cuidado y mucho dolor y comencé el día con la misma dificultad del día anterior. La discordante realidad que enfrentaba me hizo detenerme en el sueño. Lo primero que pensé fue en cómo compensamos las deficiencias con deseos, al parecer, inútiles: “wishful thinking” o la idea de que así quisiera que fuera. Lo segundo fue descubrir que somos los amos y maestros de nuestras emociones. Es cierto que la realidad nos empuja en una dirección, pero también es cierto que no nos obliga. Podemos prodigarle a la tristeza mil cuidados, vigilarla con amorosa ternura, como lo explica Khalil Gibrán; o podemos alimentar una emoción distinta que la contrarreste. Aún cuando la realidad nos empuje en dirección contraria, hay siempre una salida, y esa puerta de salida se llama fe.
A los pocos días de la caída, en espera de la cirugía
Ciertamente me consumía el dolor físico. La impaciencia me tentaba a ratos tanto como
la desesperanza, pero el sueño me ancló el alma. Me dio la fuerza para rehusarme a caer hondo en la tristeza. Y entonces me acordé de esa fe que enseña el Maestro Jesús: la fe que mueve montañas. Nunca la había entendido con tanta amplitud como cuando leí, durante mi temporada de reposo forzado, una valiosa explicación en El evangelio según el espiritismo. ¿De qué montañas hablaba Jesús? Dice Allan Kardec:
Las montañas que levanta la fe son las dificultades, las resistencias, en una
palabra la mala voluntad que hay entre los hombres aun en el momento en que se
trate de las cosas mejores; las preocupaciones de la rutina, el interés material, el
egoísmo, el ciego fanatismo y las pasiones orgullosas, son otras tantas montañas
que interceptan el camino de cualquiera que trabaja para el progreso de la
humanidad. La fe robusta da la perseverancia, la energía y los recursos que hacen
vencer los obstáculos, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. 1
[1] Allan Kardec, El evangelio según el espiritismo, capítulo XIX, ítem 2, p. 23
La fe que mueve montañas es la confianza que se tiene de llegar al objetivo. Esa fe que
transporta montañas “da una especie de lucidez que hace ver en el pensamiento el término hacia el cual uno se dirige”. 2
El que la posee no es presuncioso. Pone su confianza en Dios, sabiendo que sin Él nada podemos hacer, haciendo a la vez el trabajo necesario que le corresponde. Mi sueño me ancló el alma en la esperanza y empecé a trabajar con ahínco en mi recuperación.
Pensé que si me había visto alegre caminando en pijamas, tenía la fe para transportar montañas. De esa esperanza, creció en mí la paciencia que sabe esperar. Apoyada en la inteligencia y en la compresión de las cosas, hice terapias diarias para restituir los músculos perdidos y la movilidad. La calma, en medio del esfuerzo, fue mi señal de fuerza y confianza. Y creció dentro mí el árbol de la fe que se razona y “le prodigué mil cuidados, y lo vigilé con amorosa ternura” y creció hermoso, “como todos los seres vivientes”, lleno de maravillosas gracias.
¿De dónde procede el poder de la fe? El espiritismo conecta la fe con la acción magnética. Kardec explica:
(...) por ella el hombre obra sobre el fluido, agente universal; modifica sus
cualidades y le da una impulsión, por decirlo así, irresistible. Por esto el
que tiene una gran fuerza fluídica normal, unida a una fe ardiente, puede,
por la sola voluntad dirigida al bien, operar esos fenómenos extraños de
curaciones y otros que en otro tiempo pasaban por prodigios y, sin
embargo, solo son consecuencia de una de una ley natural. Tal es el
motivo por el que Jesús dijo a sus apóstoles: Si no habéis curado, es porque
no teníais fe. 3
¿De dónde procede el poder de la fe? De la fuerza de nuestro pensamiento y de la sinceridad de nuestro corazón que la impulsan en el fluido universal que a todos nos contiene. Es esa voluntad dirigida al bien la que transporta montañas.
Moviendo montañas, 13 de octubre de 2022
[2] Ibid., p. 239.
[3 Ibid., p. 239.
Isso mesmo, Clara, esperança. Penso que a principal mensagem oculta nesta passagem do evangelho é a do protagonismo humano. A palavra fé pode ser traduzida por esperança, confiança, sentimento de poder. Em que? Em Deus, nos outros, nos médicos, nos amigos e principalmente em nós mesmos. O seu texto deixa a mensagem de que não podemos esperar, temos de esperançar, pois não será outro que mudará o nosso destino, mas somente nós mesmos poderemos fazê-lo. Obrigada por compartilhar essa bela experiência.
Que lindo texto, tocou fundo em minha alma, uma importante lição sobre superação pela fé! Gracias, companheira!